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Cuentos, poesía y narraciones infantiles para un público ávido de letras de 0 a 100 años.

viernes, 23 de noviembre de 2012

LA MONTAÑA




   Ella ha sido mi protectora y más. Estuvo preñada de mi, y me expulsó de su vientre en un momento de agitación interna. Después reposé en su regazo durante tiempo inmemorial, es difícil medir el paso del tiempo cuando se es piedra. Sólo recuerdo que algunos fenómenos externos a nosotras me iban alejando poco a poco de ella, de su vientre maternal, de su protección. Resbalaba por su ladera milímetro a milímetro hasta caer por un precipicio al lecho de un barranco. 
   Ese periodo lo recuerdo como de inmensa soledad, unida a mi madre únicamente por el tacto pétreo de aquel lugar, separada por una distancia insalvable de su calor. Parece ser que la incesante lluvia otoñal provocó la crecida de las aguas, una avalancha de ese líquido elemento me arrancó de aquel lugar y en volandas me llevaba hacía la inmensidad de la mar. 
   El peso de mi ser pétreo no permitió un viaje más largo y fui abandonada en su orilla, en una apartada playa, donde me desarrollé como niña, con corazón de piedra, ojos de mar y ondas en el pelo. Miraba desolada al horizonte intentando avistar cualquier promontorio al que aferrar mi imaginación y regresar a través de los sueños con ella, la montaña, mi madre. No lo conseguí por aire, así que pensé en excavar en la arena un túnel tan largo como la distancia que debía de haber entre las dos.Tenía el paso del tiempo a mi favor.
   El trabajo fue en vano, los días se hacían noche y las noches días. Desterré de mi esa idea justo cuando asomé la cabeza en un amplio valle  desde el que se divisaba una hilera de montañas. Ninguna de ellas era mi madre, pero ya desorientada y sin fuerzas consideré descansar allí. Han pasado infinidad de estaciones doradas, blancas, verdes y anaranjadas, quedé en este lugar rodeada de montañas y con la esperanza de algún día volver a la montaña que me vio  nacer.
 Sin embargo, de un tiempo a esta parte, tengo la sensación de irme adentrando en la tierra que piso. Es extraño, me pesan los pies cuando intento caminar, mi piel se cubre de escamas rojizas y mis brazos semejan ramas. No respiro de la misma manera ni tampoco necesito alimentarme, apenas duermo, y los días se han convertido en estaciones.    
  Ya no camino. 
 Un ave que suele venir a visitarme todos los otoños me ha dicho que un ser que se me parece, un hijo debe ser, con igual latido de savia que el mío, y que habita en una montaña de un valle contiguo, va diciendo que la montaña le ha contado que una vez hace mucho tiempo, de ella nació una piedra que se convirtió en niña, que ésta se transformó en árbol y dice que es tu madre.
   Ahora estamos más cerca.
                                                    "El sueño de la montaña"